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Así sobrevivió a Space el amigo de Juan Esteban Cantor

Luis Felipe Ocampo recuerda la trágica noche en la que se salvó de morir por centímetros.

13 de octubre de 2017 Por: JUAN DIEGO ORTIZ JIMÉNEZ

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JUAN AUGUSTO CARDONA

No soporta el olor a cemento mojado que aún permanece vivo en su recuerdo. Le da terror entrar a un parqueadero cubierto, ver edificios caídos o saber de terremotos y devastaciones. Un trauma que acompañará toda la vida a Luis Felipe Ocampo, sobreviviente, por centímetros, del desplome de la torre seis del edificio Space, tragedia que ayer cumplió cuatro años.

Ocampo, publicista de profesión, era el mejor amigo de Juan Esteban Cantor, el residente de 23 años que murió durante el derrumbe de la estructura, ocurrido el sábado 12 de octubre de 2013, hecho que, además, produjo la muerte de tres trabajadores de obra, dos vigilantes, tres soldadores, dos ingenieros y un mecánico industrial.

“Estábamos a un metro de distancia. El piso se dobló, los escombros de la torre que se estaba cayendo se llevaron a Juancho y a mí me tiraron hacia afuera”, recuerda.

Ocampo, alto, delgado y con un brazo tatuado en gran proporción, se toma un café y mira a lo lejos el carril de descenso de la vía Las Palmas. Respira antes de comenzar su relato. Mantiene la mirada en los carros que bajan hacia el Centro y en todo caso, lejos de quien lo entrevista.

Cuenta que esa era la zona en la que se movía con Juan Esteban. Tomaban cerveza, jugueteaban con las cajeras de los supermercados, iban al gimnasio y conversaban.

Ese sábado se encontraron temprano para cumplir pendientes. Compraron ropa y reclamaron prendas en la sastrería (la camiseta con la que Cantor murió la habían comprado ese día y a la bermuda de corderoy verde que tenía le estaban arreglando la costura). Después se fueron a motilar. Al final de la tarde Juan Esteban llamó a su mamá, Cecilia Molina, y como no había hablado con ella en todo el día, le dijo que iba a llevar unas cervezas para que compartieran esa noche. Fueron a Carulla y compraron seis latas.

Subieron Las Palmas y doblaron a la derecha para llegar a Space. Cada uno iba en su carro. Cantor entró y le dijo al portero que dejara pasar a Luis Felipe.

Juan Esteban, residente de la torre tres, estacionó su vehículo en el parqueadero propio, mientras que Ocampo encontró solo espacio en la penúltima celda de la torre cinco, en límites con la etapa seis que había sido evacuada el día anterior tras la fractura de una de sus columnas.

“Nunca tuvieron el cuidado, la precaución de hacer demarcaciones, cierres, lo que ocurre cuando están trapeando un centro comercial. No había una sola cinta ni un cono”, relata Luis Felipe.

“Dijeron que nos fuimos a tomar fotos, que Juan Esteban estaba haciendo un artículo para la universidad, salieron a relucir historias ficticias porque lo único que estábamos haciendo era parqueando”, añade.

“Me bajé del carro. Juancho venía caminando, nosotros éramos muy bruscos. Tenía las cervezas en mi mano y él me tiró la bolsa de la ropa, estábamos jugando”, señala.

Los hechos siguientes se anudan en su recuerdo con precisión, pese a que se le dificulta descifrar los rostros que pasaron a su lado con la rapidez de los carros en una autopista.

En ese momento el piso del parqueadero se hundió, intentaron correr. Fue cuestión de segundos pero no pudieron reaccionar. Los escombros sepultaron a Juan Esteban y sacaron a Felipe. Se salvó por centímetros, por una casualidad. Así es la fatalidad. Eran las 8:17 p.m.

“Todo se puso negro, en ese momento uno no sabe qué está sucediendo, lo único que hice fue gritar y llamar a mi mejor amigo que segundos antes estaba a mi lado. Me logré liberar de los escombros y empecé a gritar pidiendo ayuda porque no venía nada, no sabía dónde estaba, todo era oscuro y había mucho polvo”, rememora.

La familia Cantor escuchó desde su apartamento los gritos de Ocampo y se fueron a encontrar su voz al parqueadero. Felipe recuerda el rayo de luz de una linterna que se coló entre la oscuridad.

“Les dije que Juancho se había quedado adentro, que me ayudaran a buscarlo. Empezamos a levantar pedazos de cemento, ladrillo, yo les decía: ‘Él tiene que estar ahí, estaba al lado mío hace apenas unos segundos’”, añade.

Incluso las cervezas y la bolsa de ropa quedaron a su lado. Llegaron los bomberos y les pidieron que evacuaran porque había fugas de gas, de agua y había riesgo de más colapsos. Pero el desespero era tanto que no hicieron caso. Gritaron repetidamente el nombre de su ser querido sin obtener respuesta.

“No contaba que ya no había edificio, pensaba que se había caído un piso. Pero me di cuenta que la cosa era muy grave. Juancho no aparecía y el dolor empezó. La gran mayoría de esfuerzos de búsqueda del primer día se hicieron en esa zona pero Juan estaba tres pisos más abajo”, dice.

Felipe estuvo toda la noche afuera de Space. Recuerda lo que pasó cada momento pero no las personas que lo auxiliaron, salvo la franja de rostro en el casco de un bombero que lo ayudó a salir del devastado edificio.
Dos noches después, el lunes 14 de octubre, lo llamaron para reconocer el cuerpo de su amigo.

“Los psicólogos me mostraron una foto en la que solo se veía un brazo y una pierna, yo reconocí su ropa, la camiseta nueva y la bermuda de corderoy. El rescate fue difícil porque quedó muy aprisionado por los escombros. Han sido los tres días más dolorosos de mi vida”, acota.

Fueron cuatro años difíciles para Ocampo. No hay momento en que no recuerde a Juan Esteban, subiendo y bajando por Las Palmas, recorriendo los lugares que frecuentaban.

“Era un ‘pelao’ maduro, inteligente y muy correcto. Una de las cosas que me enseñó fue a sonreír, siempre he sido muy seco. No deja de doler pero cuatro años después lo recuerdo con tranquilidad”, dice.

¿Para qué cree que se salvó por centímetros, por qué cree que sigue aquí? “Todo el tratamiento psicológico que he tenido es para responder esa pregunta. Son cosas de Dios, tengo una segunda oportunidad para ayudarle a la gente, para ser más humano, para volver a sonreír”.

Sobre el dilatado juicio, la condena por homicidio culposo del pasado miércoles y la lucha de la familia Cantor, dice que no es solo una demanda familiar para que alguien cumpla, “es un precedente para que todo una sociedad aprenda y entienda lo delicado que es hacer mal las cosas, para que cada constructor o curador piense muy bien cada una de sus actuaciones porque lo que están construyendo es el hogar de un montón de familias”.

También cree que “no puede ser que unos empresarios se salten las normas para ganar más plata. No es justo que unas vidas se pierdan porque una persona gastó menos dinero en cemento o hierro. No puede volver a pasar”.

Mira de nuevo la vía Las Palmas y vuelve a recordar a su amigo. Bien es sabido, por la frase de Mejía Vallejo, que uno solo se muere cuando lo olvidan.


JUAN DIEGO ORTIZ JIMÉNEZ
@JdiegoOrtiz
juaort@eltiempo.com

FOTO: JUAN AUGUSTO CARDONA

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